Incluso antes de la Herejía de Horus, Khârn, de la legión de los Devoradores de Mundos, era conocido por su sadismo y su sed de sangre. Khârn se convirtió en una leyenda durante la Herejía gracias a que su ferocidad no tuvo igual y a que estuvo en vanguardia de todos y cada uno de los ataques llevados a cabo contra el palacio del Emperador. Khârn yacía sin vida sobre una montaña de víctimas que él mismo había provocado justo cuando Horus murió a manos del Emperador. Los Devoradores de Mundos sacaron su cuerpo de Terra pese a saber que estaba muerto. Su resurrección fue interpretada como una bendición por parte de Khorne. Desde entonces, Khârn se ha convertido en el más sangriento de los servidores humanos de Khorne y nunca perdonará la herida sin igual recibida en Terra.
Khârn se ganó su sobrenombre después de combatir junto a su legión contra los Hijos del Emperador en Skalathrax. Khârn prendió fuego a los refugios en los que se habían cobijado sus tropas para descansar del fragor de la batalla durante la noche. A continuación, Khârn se lanzó a las calles de las ciudades de Skalathrax para segar las cabezas de amigos y enemigos que más tarde depositaría al pie del trono de calaveras de Khorne.
Las acciones llevadas a cabo por Khârn aquella larga noche dividieron la legión de los Devoradores de Mundos en pequeñas partidas de guerra autosuficientes y solo los más desquiciados y/o psicóticos de entre los antiguos compañeros de Khârn volvieron a luchar al lado de este. No obstante, ello no le importa, puesto que lo único relevante en su vida es derramar sangre en el nombre del Khorne.
Maldito y reverenciado por igual entre los Devoradores de Mundos, el nombre de Khârn es toda una leyenda para aquellos que derraman sangre en nombre del Dios de la Sangre. Khârn se ganó el título de Traidor en el mundo demonio de Skalathrax al llevar a cabo una grandiosa matanza. Fue aquí donde la legión acabó por desmembrarse durante un enfrentamiento con los Hijos del Emperador en las ciudades de hielo y roca del planeta, que eran constantemente abatidas por tormentas. Las ciudades cayeron una tras otra sin poder oponer resistencia a los asaltos de los Devoradores de Mundos. La sangre corría por las calles mientras de los cielos caían relámpagos y fuego. La batalla continuaba cuando la noche empezó a caer sobre el helado Skalathrax, lo que produjo la muerte de muchos de los que no pudieron ponerse a cubierto. Una y otra vez, los elegidos de Khorne se lanzaron contra los Hijos del Emperador acabando con sus enemigos hasta que se vieron forzados a detener la matanza porque caía la noche. Tormentas heladas recorrían los cañones de una ciudad vacía de vida mientras ambas fuerzas se refugiaban del frío mortal. Un campeón llamado Khârn expresó su frustración a los cielos mediante gritos cuando la legión detuvo sus ataques y pidió que se le permitiese seguir luchando. Furioso porque sus compañeros guerreros se habían refugiado cuando aún quedaban enemigos por matar, Khârn tomó un lanzallamas y prendió fuego a las estructuras en las que se habían acantonado sus compañeros Berzerkers y cortó en pedazos a todos aquellos que intentaron detenerle. Caminó por la ciudad en llamas, con su armadura cubierta de sangre brillando de una manera sobrenatural a la luz del fuego, quemando tanto a amigos como enemigos. Mientras las llamas se extendían por cada rincón de la ciudad, la legión empezó a enfrentarse entre sí y contra los Hijos del Emperador para conseguir acceder a los pocos refugios que quedaban en pie. Como un ángel vengador, Khârn extendió un rastro de sangre por las calles de la ciudad en llamas como si fuese la encarnación del Dios de la Sangre. Desde aquel día, los Devoradores de Mundos dejaron de formar una legión como tal y se convirtieron en dispersas bandas de berserkers en una búsqueda perpetua de la muerte. Khârn reside en el Ojo del Terror y se ha convertido en un avatar de la sangre y la carnicería que nunca ha conocido la derrota; y solo los guerreros más dementes se atreven a combatir a su lado, ya que son pocos los que lo hacen y sobreviven a él.
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